primera evaluación

1. Cuando se nos pide calificar a un alumno, se nos está pidiendo que demos cuenta de unas cualidades que el alumno demuestra mientras se ve inmerso en un proceso de cualificación: si es que consentimos que ésta es una de las tareas fundamentales de la educación.

1.1. Aceptemos que educar es al menos entre otras cosas capacitar. Sin embargo cuando se nos pide que califiquemos a un alumno, una vez evaluado, se nos exige que le cuantifiquemos, que las cualidades que el alumno demuestra sean reducidas a un número en la escala del uno al diez. Calificar es pues ordenar a los sujetos educados de mejor a peor.

1.2. Cualquiera de las cualidades, cualquiera de las habilidades, cualquiera de los innumerables aspectos que se dan en los procesos de capacitación son equiparables, homogéneos, intercambiables y por último reducidos a la simple abstracción de un dígito igual a los dígitos asignados a los otros alumnos que son por ello fácilmente clasificables. Utilizando el lenguaje con claridad deberíamos decir que clasificamos a los alumnos después de evaluarlos.


2. Si de verdad se me pide que evalúe a un alumno, pongamos por caso, a Damián, una de las calificaciones más someras de las que sería capaz siendo honesto, es que es un alumno trabajador, que sabe seleccionar la información, muy descuidado en la factura final del trabajo, pero sin miedo a equivocarse por intentar complicar y mejorar sus capacidades expresivas. Aún así me quedaría corto. Una vez visto esto, decidiré utilizar y reforzar sus puntos fuertes, y sentar las bases para corregir los fallos y perfeccionar los aciertos. Me plantearé si es mejor que se centre en la factura final sacrificando el trabajo previo, o si fijarnos en expresiones simples y correctas que ya domina coartando el afán de búsqueda de una capacidad expresiva más compleja.

2.1. Sin embargo, cuando se me pide la calificación de Damián, se me exige un siete, un ocho o cualquier otro número del uno al diez. Se me pide que diga que Damián es infinitamente mejor que Raúl, pero no es ni mucho menos una Bárbara.

2.2. Esto, para Damián, de momento, tiene unas fuertes consecuencias materiales: le sitúa ante unas posibilidades, obligaciones y frustraciones concretas; y no digamos a Raúl.

2.3. Lo más gracioso del asunto es que, supuestamente, la evaluación, calificación y clasificación del alumno, siendo fiel a la vacía abstracción de un número, deben ser objetivos.

3. La mayoría de los profesores se afana en llenar cientos de casillas vacías de números, asignando porcentajes precisos a cifras con decimales, para finalmente extraer una nota media ponderada objetiva que nos lave las manos de la realidad clasificatoria de los menores. Este exceso aritmético suplanta a la conciencia.

3.1. Para colmo se realizan diversas estadísticas comparativas dentro de los grupos, entre los grupos, de los grupos de cada profesor y entre los profesores. Que nadie piense que se iba a escapar.

3.2. Porque si la labor de aprendizaje de un alumno se calcula objetivamente con la media aritmética de los guarismos asignados a cada una de sus pruebas evaluativas, por esa misma regla, calculando y comparando, el resultado final de la tarea capacitadora de un profesor se saca hallando la media de los alumnos evaluados.

3.3. Sin embargo aquí los criterios no son unívocos dependiendo del caso: Un elevado número de suspensos en la materia de un profesor puede ser tanto un signo de prestigio (un profesor exigente)  como un indicio de ineptitud (incapaz de enseñar a los críos). Bien pensado, esta misma ambigüedad está presente en los alumnos: El héroe de la resistencia, el tonto de la clase. En uno y otro caso depende de quién lo juzgue.

3.4. Ahora: lo importante es la esquizofrenia del calificado al conocer ambos criterios ¿Qué soy realmente? ¿Ambas cosas? Este doble vínculo neurótico es uno de los ejes fundamentales del sistema de dominación que impone la escuela clasificadora. Nos tiene pendientes de los otros para saber si cumplimos el papel asignado, para conocer el papel asignado, para llevar a cabo el papel objetivamente asignado.

4. Porque este perverso tinglado se monta para someter la realidad material, social, afectiva de la escuela. Se segrega a los alumnos por edades, por grupos, por capacidades… Se compartimentan los conocimientos en materias, el día en horarios, el proceso en cursos, los cursos en evaluaciones… Las materias en unidades y temas, puntos y subpuntos. Se intenta obviar, olvidar, negar, que la escuela es un lugar donde estamos juntos.

4.1. Evidentemente el tinglado no puede evitar el contagio ni lo programado lo inesperado, no se puede evitar que pasen cosas cuando se está junto. Se trata de regular las cosas que pasan, de calificarlas académica o disciplinariamente, de simplificarlas, de anularlas. De atar bien atado el intercambio social, en el mismo lugar donde nace, donde se aprende, en la antesala de la sociedad de veras: la cruda realidad.

4.2. Deseos, temores, errores, aciertos, amistades, odios, celos, ideas, conceptos, discursos… todo reducido a un sistema de clasificación justificado en el mérito. Buenos y malos, listos y tontos, obedientes, rebeldes, aplicados, descuidados, graciosos o sosos, ingeniosos o ineptos, raros, del montón, líderes, invisibles, violentos, victimizados, cobardes, valientes, fuertes y débiles: los papeles son asignados en el aula junto a las calificaciones numéricas; el alumno, atomizado e inmerso en un agitado mar de emociones comunes, se ahoga.

4.3. ¿Y los adultos? Esos ya aprendieron la lección de memoria hace mucho, y llevan mucho jugando al macabro juego. El doble vínculo es ya neurosis efectiva de sus frágiles egos: ya decidieron hace tiempo su estrategia y  táctica de salir indemnes de la lucha social del “todos contra todos”: su papel ya les ha sido asignado: sea cual sea su estilo, su manera, sus anhelos o desesperanzas, saben que su objetivo es sobrevivir y perpetuar el núcleo ideológico de esta fingida meritocracia social. Los que aún nadan,  nadamos, contracorriente, corremos el riesgo de morir agotados ya que sabemos que inevitablemente cumplimos religiosamente con el papel asignado. Lo concreto de nuestra lucha se esfuma por el implacable mecanismo de abstracción comparativa.

5. La escuela es, pues, un mecanismo de clasificación social de niños y adolescentes vertebrado por un sistema de calificación perverso que llevan a cabo unos profesores neuróticos, temerosos del juicio de sus alumnos, compañeros y jefes, y diseñado por unos políticos ineptos que miran por los intereses particulares de sus señores, nuestros señores.

5.1. Nada importan los contenidos, las estrategias concretas que el profesor en su guerra particular contra la hidra del mal diseñe o improvise. El resultado final del proceso será siempre la exacta abstracción de un guarismo: un pasaporte para transitar algunas de las diversas sendas que el mismo sistema ya tiene previstas: el tinglado necesita tanto de policías como de criminales, de psicólogos como de enfermos mentales, de albañiles como de arquitectos, de políticos como de resistentes, de funcionarios como de jornaleros, de reyes y reinas como de peones.

6. Los caminos ya han sido trazados: la vida reducida a un juego de mesa ¿Qué puntuación marcan tus dados?

CODA: Y sin embargo, por debajo de este macabro mecanismo clasificador, siempre late viva la posibilidad del poder de las gentes juntas aprendiendo a aprender. Por eso ese afán en someterlo: Las instituciones suplantan el poder real de las gentes que las sostienen gracias a su eficaz mecanismo de reducción formal.
Y sin embargo… ah!, sin embargo
Siempre hay un ascua de veras
En su incendio de teatro.
A. Machado.

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